en madrid el subte olía a
flores violetas y miel. pude identificar el aroma muchos meses después, ya en
casa, tratando de acumular todos los detalles más intrascendentes que pudiese
recordar.
si ahora vuelvo a ese momento,
me veo con los ojos cerrados, sentada en el asiento de felpa, escuchando el
movimiento de los rieles e intuyendo dulce.
me di cuenta que estaba en
madrid dos días después de haber llegado cuando, camino a atocha, todos los sonidos
eran de los otros.
ser extranjera no siempre tiene
que ver con los orígenes, sino, con una especie de ecuación resuelta fuera de
tiempo, que implica el destierro interno y el tránsito por el olvido.
cuando ya todo había terminado,
en el aeropuerto de barajas, compré un sandwich de aceitunas y jamón crudo.
compré caramelos de frutilla y cambié euros por pesos a un costo irrisorio.
apenas minutos antes de abordar el avión que me devolvería a buenos aires, me
di cuenta que no sabía cómo volvería a casa.
ya en la butaca me acomodo,
desenvuelvo la manta que me da la azafata. me tapo. me cubro la cabeza con la
campera que llevaba conmigo. apenas puedo ver por la ventana.
el frío disuelve algo y todo lo
demás, también.
fijo la vista en un pequeñísimo
punto hasta dormirme.
la mirada se disuelve ahí,
hasta dormirme.
3 comentarios:
que bello escribes
Si fuera fotógrafo te diría "Lila, quedate en ese lugar, ahí estás perfecta, te ves maravillosa". Apenas te leo y pienso, "ese es tu registro, esta es la superficie que te queda como el mejor de los vestidos." Quedate en ese lugar, no te muevas demasiado, te ves maravillosa en esa cadencia morosa y ensoñadora. Un abrazo.
Nadie es profeta en su tierra, todos somos extranjeros en cualquier parte del mundo. Algunas veces, incluso, en el interior de nuestra propia casa.
Saludos
J.
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