jueves, 18 de septiembre de 2014

elefantes

Valladolid



hay un elefante en la cornisa
lo veo mientras labro la tierra.
el arado disocia mis manos con lombrices que se atan a los dedos y reptan espasmos y piel.
hay dos elefantes.
ahora bajan de la cornisa.
se hacen arrumacos o algo así. se
muerden.
los elefantes se están mordiendo.
los veo mientras
planto semillas provenientes de mis entrañas.


las lombrices de mis dedos, ahora,
son ardillas.
me recuerdan a las ardillas que crucé en valladolid.
en valladolid había un río. era oscuro y con dientes grandes.
las ardillas se apareaban en los bordes.
yo nunca me apareé en los bordes, sin embargo
mis elefantes
creen haberme visto desnuda
en alguna de sus ramificaciones.


ahora mismo
ellos
están con sus pies en el barro.
son pesados y dejan huellas de un espesor imposible de calcular.
los miro, mientras
se hunden en la plantación de semillas producto de mis entrañas.
lo que aprisiona mi respiración, son los dos elefantes que
tienen la cabeza casi cubierta por el barro.
no intento ayudarlos. es en vano
ellos están ahí, prácticamente
desapareciendo y yo,
a un lado
con el aire que se disipa por todos los costado impropios que sostienen mi cuerpo
menos
hacia adentro.
hacia adentro no hay aire.


el río de valladolid contenía un zoológico submarino.
estaba escondido y tenía forma de espalda.
había tigres de bengala, ciervos, hipopótamos y alguna jirafa.
elefantes no.
los elefantes no se sumergen, me dijeron.
los míos sin embargo, están ahí
nadando en el barro.
ya no los veo pero
los escucho.
se están respirando.



martes, 16 de septiembre de 2014

muertos.

el que está muerto encuentra en un árbol, una luz
el que está muerto no encuentra nada
el que está muerto y lo sabe, yo no sé qué piensa, pero
el que está muerto y no lo sabe, arrastra su dermis en la huida.
el que no sabe nada, husmea ególatramente lo que sucede en su entrepierna.
el que no sabe nada de nada, husmea y toca la entrepierna humedecida de las chicas que
saben menos, pero
por momentos
creen que gozan.
el que languidece, pierde.
el que se eleva, pierde.
el que disimula, está perdido.
el muerto sacude sus patas traseras como un perro en el barro.
el muerto muerto no se sacude, mira.
el muerto vivo no mira, ni tiene barro ni patas traseras: bosteza, estornuda, le da alergia, un poco sonríe, un poco se apena, un poco piensa en algo, pero vuelve a admirar su entrepierna.
el vivo no existe.
se esconde, sueña, se marea, se asusta, tiene asma, se atora, cocina de más, come de menos, estrangula su angustia, se acuesta en el diván, llora, llora, se vuelve a atorar, se pregunta, se obsesiona, se desarma, se arrastra, no escucha, ni pide, ni coge: derrapa.
es esto: todos
somos pobres.


sábado, 13 de septiembre de 2014

eme dos




tuvimos que correr porque llovía. él decía “aguacero”. yo creo haber escuchado esa palabra en algún contexto pero nunca en una conversación. nunca enamorada. nunca buscando no encontrar refugio en la tormenta.
palabra y huida tienen relación de parentesco.
explicitar esa relación se me haría tan inocuo como intentar explicar el dolor. siento que me duele acá. acá adentro, no te pasa? se siente como un adormecimiento de brazos a futuro: sé que a futuro no voy a sentir más estos brazos que sostuvieron tanto; del mismo modo que luego de ese día, la palabra aguacero pasó a formar parte de la melancolía amorosa en la huida.
por alguna razón siempre nos estamos yendo.
por alguna razón siempre nos estamos yendo, y callando.